Karl Marx, filósofo y economista alemánKarl Marx, filósofo y economista alemán

Sobre la idea marxista de “clase social” y la noción nazi de “raza”

2025/12/26 11:37

Hace diez años escribí sobre este asunto clave, pero vuelvo a la carga con otros argumentos en vista de la insistencia en recurrir a expresiones que estimamos erradas. Como es sabido, el lenguaje sirve para pensar y para transmitir pensamientos; en la medida en que se desfiguran los términos, se dificulta y entorpece lo dicho.

El generalizado empleo de “clase social” proviene de la concepción marxista de una naturaleza distinta del proletario y el burgués para así sustentar la teoría de la explotación, lo cual daría lugar al concepto atrabiliario del polilogismo, es decir que aquellos tendrían una estructura lógica distinta, lo cual nunca explicó ningún marxista en qué consistirían los hilados lógicos de uno y otro y en qué se diferenciarían del silogismo aristotélico, y para dar lugar a la idea de “clase trabajadora”, que remite exclusivamente a quienes se desempeñan en ciertos empleos excluyendo a otros.

Todos los humanos compartimos la misma naturaleza y en una sociedad libre cada cual, al actualizar sus potencialidades, obtiene de su prójimo ingresos varios según se juzguen sus capacidades para atender necesidades y demandas. Así las desigualdades de rentas y patrimonios resultan esenciales a los efectos de asignar los siempre escasos recursos en manos más eficientes para atender los reclamos de otros. Esta distribución permite aprovechar el capital disponible, que a su vez se traduce en salarios mayores. La tan cacareada redistribución realizada compulsivamente por los aparatos estatales inexorablemente redunda en menores salarios, muy especialmente de los marginales, puesto que todos los ingresos dependen exclusivamente de las tasas de inversión disponibles.

A pesar de todo lo consignado, hay encuestadores, sociólogos y analistas varios que recurren a la incoherente idea de clase social. En verdad, aludir a “clase baja” constituye una ofensa colosal para los más pobres; en realidad se trata de una expresión repugnante. Por su parte, “clase alta” se traduce cuando menos en una terminología de una frivolidad alarmante que remite a departamentos estancos de la autoritaria noción antigua de nobleza y “clase media” resulta en una clasificación del todo anodina. Si lo que se quiere transmitir es una división entre los que disponen de ingresos bajos, medios y altos, es pertinente decir precisamente eso y no enredarse con la idea totalitaria de clases sociales.

En algunas oportunidades se pretende ahondar en el asunto de las clases sociales para concluir que no solo se trata de una cuestión de recursos, sino de educación, de formas de ser y decir y de conductas en general. Pero este es un razonamiento circular. Por supuesto que si uno va a un colegio inglés aprenderá inglés y si uno va a uno japonés aprenderá japonés y así sucesivamente, pero esto no marca una clase o naturaleza de persona. El relativamente pobre que se gana una jugosa lotería pasa a ser rico y el rico que quiebra pasa a ser pobre, pero no cambian su compartida condición humana. Si uno se toma el trabajo de leer, aunque más no sea algo de lo escrito sobre clases sociales, verá incluso que hay quienes sienten que pierden su identidad si no pertenecen a una clase establecida por la literatura convencional, sin duda anémicos de autoestima y sentido de dignidad.

Adolf Hitler y sus sicarios, después de sus descabelladas, embrolladas y reiteradas clasificaciones con la intención de distinguir los así denominados arios de los judíos –sin perjuicio en este caso de su confusión con lo que es una religión–, adoptaron la antes referida visión marxista y concluyeron que se trataba de “una cuestión mental”, mientras tatuaban y rapaban a sus víctimas para diferenciarlas de sus victimarios. A lo dicho cabe enfatizar que en todos los seres humanos hay solo cuatro posibilidades de grupos sanguíneos. Todos los humanos provenimos del continente africano y las características físicas son el resultado de las muy diversas ubicaciones geográficas.

En no pocas oportunidades se ha vinculado aspectos de la versión clasista y racista al espantoso antisemitismo –que por las razones apuntadas es mejor denominar judeofobia– una muy desafortunada postura que para nada suscribe el inaceptable salto lógico de sostener que los que usan la expresión “clase social” tienen ribetes judeofóbicos. Se trata de evitar, a veces, algunas trampas subterráneas que conducen a lugares oscuros o cuando menos pastosos a los que no se quiere conducir.

Spencer Wells, biólogo molecular de Stanford y Oxford, ha escrito en The Journey of Man. A Genetic Odyssey que “el término raza no tiene ningún significado”, concluye que se trata de un grotesco estereotipo. Por eso mismo no tiene sentido aludir a los negros norteamericanos como afroamericanos, puesto que eso no los distingue del resto de los mortales estadounidenses; para el caso, el que estas líneas escribe es afroargentino. Todos somos mestizos en el sentido de que provenimos de las combinaciones más variadas y todos provenimos de las situaciones más primitivas y miserables. Charles Darwin y Theodosius Dobzhansky –el padre de la genética moderna– sostienen que aparecen tantas clasificaciones de ese concepto ambiguo y contradictorio de raza como clasificadores hay.

El sacerdote católico Edward Flannery exhibe, en su obra publicada en dos tomos, titulada Veintitrés siglos de antisemitismo, los tremendos suplicios que altos representantes de la Iglesia Católica les han inferido a los judíos. Entre otras muchas crueldades, les prohibían trabajar en cualquier actividad que no fuera el préstamo de dinero y, mientras los catalogaban de “usureros”, utilizaban su dinero para construir catedrales. Debemos celebrar entusiastamente el espíritu ecuménico y los pedidos de perdón de Juan Pablo II en nombre de la Iglesia, entre los que figura, en primer término, el dirigido a los judíos, por el maltrato físico y moral recibido durante tanto tiempo “a nuestros hermanos mayores”.

Paul Johnson, en su Historia de los judíos, señala: “Ciertamente, en Europa los judíos representaron un papel importante en la era del oscurantismo […]. En muchos aspectos, los judíos fueron el único nexo real entre las ciudades de la antigüedad romana y las nacientes comunas urbanas de principios de la Edad Media […]. La antigua religión israelita siempre había dado un fuerte impulso al trabajo esforzado […]. Exigía que los aptos y los capaces se mostrasen industriosos y fecundos, entre otras cosas, porque así podían afrontar sus obligaciones filantrópicas. El enfoque intelectual se orientaba en la misma dirección”. Todos los logros de los judíos en las más diversas esferas han producido y siguen produciendo envidia y rencor entre sujetos acomplejados y taimados.

Por último, es de interés subrayar que el panfleto judeofóbico de Marx resumido en La cuestión judía en los hechos luego se vinculó esa tradición de pensamiento con el nacionalsocialismo tal como apuntó Jean-François Revel. Demás está decir que lo que dejamos consignado no elimina el hecho de que hay judíos marxistas, como que hay de otras denominaciones religiosas que lo son, como algunos cristianos a contracorriente de los Mandamientos de no robar y no codiciar los bienes ajenos. El punto que pretendemos dejar sentado muy telegráficamente aquí es la malsana concepción de “clase social” y de “raza” y sus peligrosas derivaciones.

El autor completó dos doctorados, es docente y miembro de tres academias nacionales.

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