Enrique Shaw se yergue en la historia argentina como un faro de integridad, compromiso social y fe vivida en el ámbito cotidiano. El Papa acaba de autorizar los decretos relativos a su próxima beatificación. Su figura trasciende los límites del mundo empresarial para convertirse en símbolo de laicos que, desde su trabajo y vida familiar, encarnan los valores cristianos y el servicio al bien común. En tiempos en que la economía y la ética suelen presentarse como antagónicas, la vida de Shaw invita a descubrir el modo en que la honestidad, la responsabilidad ciudadana y la inspiración evangélica pueden transformar la sociedad.
Nacido en París en 1921, Enrique Shaw llegó a Buenos Aires siendo muy pequeño y, con apenas dos meses, fue inscripto como ciudadano argentino. Su infancia estuvo marcada por la mudanza, el aprendizaje y la apertura al mundo, pero sobre todo por una sólida formación intelectual y espiritual. Su mamá falleció cuando Enrique tenía cuatro años.
La carrera profesional de Shaw alcanzó su plenitud como director general de Cristalerías Rigolleau, una de las empresas industriales más relevantes del país en la década del 50 del siglo pasado, con cerca de cuatro mil trabajadores. Su gestión se caracterizó por la transparencia, la búsqueda de la excelencia y una visión humanista de la empresa. Shaw consideraba a la empresa no solo como generadora de utilidades, sino como una auténtica comunidad de personas donde cada trabajador ocupaba un lugar central.
Uno de los episodios más significativos de su liderazgo ocurrió cuando, desde la casa matriz en Nueva York, le ordenaron cesantear a un importante número de empleados: casi mil doscientos. Enrique no dudó en viajar personalmente a Estados Unidos para exponer la realidad de los trabajadores y defender su continuidad laboral. Su intervención, basada en argumentos sólidos y en la convicción de que la dignidad de la persona debía primar sobre cualquier cálculo financiero, logró revertir la decisión y evitar los despidos masivos. Este episodio refleja su temple, su valentía y su compromiso con la justicia social.
Para Shaw, la empresa era un lugar privilegiado de evangelización y promoción del bien común. Profundamente inspirado por la Doctrina Social de la Iglesia, promovió el desarrollo integral de las personas, la participación, la distribución justa de la riqueza y el diálogo entre sectores. Fue miembro de la Acción Católica Argentina, del Consejo de los Hombres, a la par que el padre Moledo lo animó a fundar ACDE junto a varios hombres de aquella comisión, buscando que los líderes empresariales asumieran su rol como agentes de transformación social y generadores de esperanza. También ayudó a la fundación de la Universidad Católica Argentina. Cabe destacar que el episcopado de aquellos años acompañó a ese laico decidido y emprendedor alentando sus propuestas.
La vida de Enrique Shaw no se comprende sin su dimensión familiar. Casado y padre de nueve hijos, supo conjugar las exigencias del mundo empresarial con una entrega generosa y cotidiana a su esposa y a su familia numerosa. En el hogar, cultivó los valores del respeto, la austeridad, la alegría y la fe compartida, siendo ejemplo vivo de coherencia y ternura. La fortaleza familiar fue para él fuente de equilibrio y motor para su entrega social.
En los últimos años de su vida, Enrique enfrentó una grave enfermedad. Lejos de distanciarlo de sus empleados, este tiempo reforzó el vínculo profundo de afecto y reconocimiento mutuo. Cuando necesitó transfusiones, casi doscientos trabajadores se acercaron voluntariamente a donar sangre, testimoniando el cariño y la gratitud hacia quien siempre los había considerado parte de una gran familia. Este gesto resume el respeto ganado por Shaw, desde la cercanía y la entrega.
Su beatificación reviste enorme significado: no se trata de un sacerdote o religioso, sino de un laico, empresario y padre de familia, cuya vida demuestra que la santidad es posible en medio del mundo y de las tareas cotidianas. Su ejemplo interpela especialmente a quienes buscan vivir la fe en el ámbito profesional y social, mostrando que la excelencia humana y la apertura a lo trascendente pueden ir juntas.
El legado de Enrique Shaw trasciende su tiempo y su entorno. Es modelo de santidad laical, de empresario honesto, de ciudadano comprometido y de cristiano íntegro. Su vida inspira a quienes desean construir una Argentina más justa, solidaria y fraterna, donde el trabajo sea fuente de dignidad y el ejercicio empresarial, una vocación de servicio. Shaw nos muestra que el éxito verdadero se mide por el bien que generamos en los demás y por la capacidad de transformar la realidad desde los valores del Evangelio.
La figura de Enrique Shaw llama, aún hoy, a repensar el sentido del trabajo, de la empresa y de la responsabilidad social. En un mundo que busca referentes auténticos, el próximo beato argentino se erige como faro, no solo para empresarios y trabajadores, sino para todos aquellos que anhelan una sociedad más humana y solidaria. Su ejemplo perdura y nos convoca a ser protagonistas de una transformación inspirada en el amor y la justicia.
Arzobispo de San Juan de Cuyo, presidente de la Comisión Episcopal de Comunicación de la Conferencia Episcopal Argentina, asesor nacional de la Acción Católica Argentina y miembro del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano


